La niña de la capa roja

La niña de la capa roja

Categoría: Columnas

Autor: Ada Luz Torres

La pequeña Caperucita, era una niña que vivía con su madre, ella estaba llena de vida, procuraba siempre estar a la hora que se le era permitido y nunca fue tímida ni reprimida, le gustaba ayudar a su madre...

Escrito: julio de 2011

La pequeña Caperucita, era una niña que vivía con su madre, ella estaba llena de vida, procuraba siempre estar  a la hora que se le era permitido y nunca fue tímida ni reprimida, le gustaba ayudar a su madre, y en muchas ocasiones la acompañó a visitar a la abuela que no muy lejos de ahí vivía. La abuela enfermó y tuvo que quedarse en cama varios días, la madre de Caperucita preocupada por la salud de la mujer envió a su pequeña pero astuta hija para que llevara medicinas y comida. Caperucita conocía bien el camino muy adentrado en el bosque, en una casita de color blanco siempre sacando humo por la chimenea,  suaves olores de flores permanecían en el lugar.

 
Con un dulce beso se despidió de su madre tomó su abrigo rojo y una canasta donde se encontraban panecitos integrales que tanto gustaban de la abuela, verduras y frutas además de las medicinas para que pronto la abuela pudiera recuperarse. La canasta era algo pesada, pero cada día la joven se hacía más fuerte y partió sin mirar atrás. Muy pronto la casa de caperucita desapareció del camino y la niña se adentro en el bosque, siempre que pasaba por ahí tomaba varios frutos de los árboles, muy cerca al lago había unos arbustos con diminutas cerezas comió algunas y guardo las demás para el camino y otras más para la abuelita.
 
El bosque lleno de diversas fragancias y vegetación era más que hermoso, cantaban los pájaros y algunos animales pequeños  se escuchaban caminar entre las hojas secas que caían de los árboles animando a la llegada del otoño; el sol entre las ramas mostraba sus varias tonalidades y entre esos brillantes colores se acercaban los insectos a sentir el calor; todo lograba captar la atención de la niña, lo que hacía que se retrasara. Muy pronto el sol dejó de brillar y sus ojos también… cuando no pudo encontrar de nuevo el camino, recorrió varias veces el lugar tratando de recordar, asustada dejó la canasta en el suelo, alcanzo a acariciar su rostro un par de lágrimas antes de que un ruido extraño la asustara. Permaneció sentada, abrazó sus piernas. Conforme pasaba el tiempo y la noche se hacía mas intensa, caperucita perdía fuerzas, cansada se recostó a las faldas de un pino.
 
los ruidos de la noche y el bosque  no paraban. Pudo ella imaginarse muchas cosas, hasta de las  que nunca hubiera creído que llegaría a pensar. Recordó con gran fuerza a su madre, los grandiosos días en la escuela, la colección de mariposas, las cartas de su padre, la abuela y el olor de su casa, sus manos suaves y arrugadas llenas de trabajo.
 
Los sonidos aterrorizantes se fueron perdiendo, los dejó de oír cuando la venció el sueño junto a ella la canasta. Despertó muy pronto con la presencia de algo más en ese bosque que la había seguido gran parte de la noche lo podía sentir paso a paso con una fuerte respiración que intentaba esconderse entre los árboles cada vez que ella regresaba la mirada hacia atrás. Se detuvo en unos arbustos esperando que pasara un tiempo más para que llegara el día, dos horas mas se mantuvo Caperucita refugiada, esperando que la luz le permitiera encontrar el camino. Abrió la canasta y tomando  una fruta siguió buscando; ahora sin distraerse, la angustia regresaba a ella cuando sabía que la casa de la abuela había quedado muy atrás mas allá de eso sólo se asomaban los grandes eucaliptos y hierva, volvió a descansar, sabia que había perdido algo más esa noche en el bosque, la canasta se volvía cada vez más pesada y las frutas pronto perdieron su dulce sabor.
 
Nuevamente pudo escuchar el ruido que la había seguido en la noche al que espero a que terminara con ella, pero no encontró el valor; parecía que se movía rápidamente entre la espesura y pronto lo dejó de escuchar, ahora cansada no le importo a la joven, siguió así hasta el día siguiente.
 
Sucia con hambre y con la mirada perdida por inicios de hipotermia, pronto la angustia regresó, cuando además de sus heridas tenía cuatro largos rasguños en el hombro y gran parte del brazo derecho aun con mucho más temor que nunca, no pudo recordar, había una nube que se detenía en su mente cada vez que intentaba pensar.
 
Sabía que necesitaba salir de ahí lo antes posible, prácticamente el dolor de los dedos de los pies y la sangre gangrenada que se mantenía en el área por el frío empezaba a subir de intensidad y sus manos pronto lo hicieron también.
 
Pasaron dos agotadores días más entre los brazos de las ramas que ya no le permitían sentir el calor da la luz, el ruido de su seguidor permanecía y se hacia cada vez mas constante, pidió ayuda varias veces sin respuesta alguna. Pudo tomar un poco de agua que se encontraba en la hoja de un árbol pero no fue suficiente, en repetidas ocasiones su cuerpo se desvanecía. Hasta que no se pudo levantar y cayó al suelo sin sentir el golpe.
 
Quedó fría en medio de la nada, ya no podía sentir más que su espaciada respiración, sus recuerdos volvieron a ella y repetidamente sólo pensó en su soledad hasta que una imágen la abrazó suavemente.
 
Era un mundo mágico donde un enorme castillo de cristal abría sus puertas frente a ella, el frío no se sentía, no habían ruidos más que sus pasos, el eco y sus pasos. Recorrió varios pasillos, al final de ellos en un enorme paz encontró una sombra que se acercaba a ella, era un ser que no caminaba sólo flotaba y sus dedos alargados entrecruzados nunca cambiaron de lugar  pronto se acercó a ella la miró fijamente a los ojos, mientras tanto iba desapareciendo el cansancio, que se fue con él. Ella ya no tenía miedo a nada, siguió recorriendo el castillo hasta encontrar una habitación que la llevó a otro mundo, donde todo era blanco y los seres que allí vivían eran pequeñas esferas de energía que se comunicaban con el amor, no había palabras, no existía un lenguaje, algún sonido, sólo amor.
 
Caperucita la dulce niña perdida del bosque que intentó encontrar el camino, ocho días después de su muerte fue encontrada entre las raíces sobresalientes de los árboles de pino y eucalipto con una canasta vacía y huellas de un animal pesado que nunca tuvo el valor de ser parte del cuento.


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Autor:

adaluz

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